(lunes 21 de diciembre de 2020)
Ni en sus mejores sueños, Ana pensó que pasaría esa noche en un lugar tan idílico. Cuando le llamó su jefe para mandarla a hacer una investigación al Teide, su corazón empezó a latir y parecía que se le iba a salir de la caja.
A pesar de ser agosto, todavía queda una fina lluvia de la tormenta de verano que acaba de caer y, desde el helicóptero que se dirige a El Roque de los Muchachos, da paso a los primeros rayos de Sol dónde se puede divisar el arco iris.
Esta noche se espera el pico de Perseidas o lluvia de estrellas, o también Lágrimas de San Lorenzo. Siempre pensó que verlas a través del telescopio sería una experiencia única, sin embargo, sus nuevos compañeros ya le han dicho que lo mejor es tumbarse cómodamente y verlas a simple vista porque es la mejor forma de abarcar el máximo campo de visión.
Esto de estar tan cerca del cielo, le ha llevado a olvidarse de cuál es su misión. Quizá sus neuronas estén un poco alteradas por la preocupación y más, cuando todo debe ser tan secreto.
Solo ha pasado un mes desde que el meteorito impactó cerca del cráter del volcán, como es normal para los científicos, hechos como estos producen una subida de adrenalina insuperable, pero nadie podría imaginar donde nos encontramos en estos momentos.
Toda la expedición se encuentra confinada en aislamiento, algunos de ellos están muy graves, desde que recogieron las muestras en el lugar. Todos están infectados de diferentes cepas del Covid 19, entre otros virus desconocidos, que también se han hallado dentro de las rocas del meteorito.
Su último estudio presentado en la Universidad Complutense sobre la biología celular y molecular de los virus, la ha llevado hasta allí, pero a Ana un sudor frío le recorre todo el cuerpo ¿Cómo luchar si el origen del virus está fuera de nuestro planeta? ¿Seremos capaces de controlar algo así en el espacio?
Pesa mucho tener la responsabilidad de que el ser humano no se extinga.
De momento, esta noche solo verá la belleza del espacio, disfrutando de la lluvia de estrellas. Mañana, quizá se convierta en una tempestad.
Autora: Raquel Shaopan Ortiz. Alumna de 4º de E.S.O. del I.E.S. Jorge Manrique. Este relato fue ganador del tercer premio del Concurso de Relato Corto organizado por el Departamento de Biología y Geología, en junio de 2020, con la temática Ciencia Ficción o Policiaco. Las palabras que debía incluir el relato fueron: célula, corazón, neurona, iris y volcán.
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(jueves 17 de diciembre de 2020)
Pasaba todo el tiempo con el ordenador. Por la mañana haciendo tareas del instituto y por la tarde jugando a videojuegos o trasteando por las redes sociales. Ese día había notado cosas raras en el ordenador. De vez en cuando aparecía una sucesión de números muy pequeños por la pantalla, pero no le dio importancia ya que funcionaba perfectamente.
Al día siguiente le mandaron menos tareas, así que hizo una videollamada con sus amigos y comentaron que estaban muy nerviosos, porque se habían clasificado para un torneo de Fortnite.
Cuando terminó de hablar volvieron a salir los números, pero esta vez en el centro de la pantalla y con un tamaño mayor. Intentó hacer un copia-pega en word pero para cuando el programa se abrió el código ya había desaparecido.
A eso de las 16:00 horas, hablando con sus amigos por whatsapp, se dio cuenta de que faltaba un día para la entrega del trabajo de biología sobre las células de los hongos -y él casi ni había empezado!!-, así que estuvo toda la tarde trabajando lamentándose porque ya que no podría practicar para el torneo de Fortnite.
Cuando estaba terminando, volvió a aparecer el código y esta vez le dio tiempo de copiarlo.
Empezó a leer en voz alta la interminable sucesión de números que ocupaba casi una página entera pero le pareció una tontería así que lo imprimió para mirarlo más tarde.
Al día siguiente se levantó pronto para la videoconferencia de TPR, que trataba del lenguaje de los ordenadores. La clase no se le dio muy bien, pero aprendió cosas interesantes como que los ordenadores tienen un lenguaje llamado código binario que está compuesto por unos y ceros. Pensó en los números que le salían en la pantalla de su ordenador, así que buscó un traductor de lenguaje binario online pero se acordó de que tenía que irse a jugar al Fornite, ya que en una hora empezaba el torneo y tenía que practicar, así que imprimió la traducción y se puso a jugar sin leerla.
Llevaba dos horas en la partida y ya estaba en la final. Si ganaba podía llevarse mucho dinero, clasificarse para la copa del mundo y su seudónimo (Mineral) se haría muy famoso. Quedaban uno contra uno y puso una de sus canciones favoritas llamada Medusa para animarse.
De repente, cuando estaba a punto de ganar, el ordenador se apagó. Intentó encenderlo, desenchufó y enchufó los cables pero de nada sirvió. Ya no había nada que hacer, sabía que había perdido la partida.
No comprendía qué podría haber pasado y fue cuando se acordó del código. Rápidamente fue a mirar la traducción que imprimió, cogió el papel y leyó:
- En dos horas el disco duro sufrirá un fallo irrecuperable. Para evitarlo escribe GAMETO y pulsa intro.
Cabreado cogió la tablet para ver la partida final, cuando recibió un mensaje en código binario.
Al traducirlo se leía:
- Dentro de 48 horas los sistemas informáticos de todo el mundo colapsarán.
Sólo tú puedes evitarlo...
Autor: Jaime Sanandrés Cebrián. Alumno de 2º de E.S.O. del I.E.S. Jorge Manrique. Este relato fue ganador del segundo premio del Concurso de Relato Corto organizado por el Departamento de Biología y Geología, en junio de 2020, con la temática Ciencia Ficción o Policiaco. Las palabras que debía incluir el relato fueron: célula, hongo, mineral, medusa y gameto.
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(jueves 10 de diciembre de 2020)
Un rayo de luz que se desliza entre las persianas me acaba por despertar.
Echo un vistazo al móvil todavía con la vista nublada y compruebo que ya son las ocho y media pasadas. Es sábado 24 de enero y agradezco por fin tener un día libre. Me doy la vuelta somnolienta entre las sábanas y me permito volver a cerrar los ojos unos minutos más. El estridente sonido del teléfono rompe la paz. Desorientada, entreveo un número desconocido en la pantalla.
- Hola, buenos días, ¿con quién hablo?
- Policía Federal, necesitamos de inmediato que se persone en el Museo Neandertal de Mettmann. Hemos intentado contactar con más miembros de la Policía Científica, pero se encuentran de servicio en Düsseldorf. Es urgente.
La llamada finaliza sin despedida alguna y me froto los ojos. Me incorporo de la cama y comienzo a vestirme torpemente. Aunque me molesta tener que trabajar en mi día libre intento relativizar. Lo cierto es que desde que ingresé hace tres meses en el cuerpo siempre he esperado que se me asignase un caso de principio a fin. Normalmente, suelo archivar pruebas y llevar a cabo papeleo administrativo. La idea de llevar un caso propio me seduce. Absorta en estos pensamientos subo a la moto y, sin darme cuenta, ya casi estoy en el museo. Cuando me quito el casco reparo en unas cintas que precintan la entrada principal del edificio y percibo la actividad frenética de periodistas, policías y curiosos. Me recibe un hombre con la inconfundible voz ronca de la llamada telefónica. Me hace un gesto para que le siga y nos abrimos paso entre la muchedumbre que se agolpa a las puertas. Entramos en el museo y, a diferencia del exterior, todo parece estar tranquilo.
Imagen 2. Das Neues Neanderthal Museum, El Nuevo Museo Neandertal en las inmediaciones de Mettmann, cerca de Düsseldorf, Alemania.
- Agradezco enormemente su disposición. La he llamado porque esta noche un individuo ha logrado acceder al interior y robar los fósiles de la Sala 22. Están valorados en más de 150 millones de euros. Por lo visto se las ha ingeniado para desactivar el sistema de alarma del museo. La cámara del parking ha captado su huida.
Llegamos a una vitrina vacía en la que se exhibía uno de los fósiles mejor conservados del museo. Recojo del suelo una etiqueta. En ella, escrito en letra cursiva, se lee: “Homo neanderthalensis; 150.000 a C; hábitat: cuenca del río Düssel”. Procedo a analizar la vitrina. Me pongo los guantes y paso un bastoncillo en busca de restos biológicos. Pasa una hora cuando doy con un cabello grueso y oscuro en el interior. Me lo llevo al laboratorio y extraigo de la zona proximal unas células nucleadas que contienen ADN. Una vez con los resultados, compruebo en el ordenador si el ADN obtenido se encuentra en la base de datos. Al cabo de unos segundos, un pitido agudo indica que el ordenador ha encontrado una persona con un índice de coincidencia en la secuencia de ADN del 99,9%. ¡Lo tengo! Se trata de un varón de treinta años. No tiene antecedentes y, afortunadamente, aparece su dirección. Así se lo comunico al comisario jefe y rápidamente se moviliza un numeroso grupo de policías. Me ofrecen acompañarles y me monto en uno de los coches patrulla. Se ha hecho de noche y hace el frío propio de un invierno de Mettmann. Llegamos a la dirección del sospechoso, a las afueras de la ciudad. Salimos sigilosamente del vehículo y escuchamos un sonido seco y repetitivo. Uno de los policías señala el jardín de la casa y todos los presentes distinguimos la silueta de un hombre robusto y de corta estatura enterrando un objeto alargado. No puedo evitar pensar que se trata del fémur del fósil.
- ¡Deténgase inmediatamente! ¿¡Qué demonios está haciendo!?- Grito nerviosa.
- Todo el mundo merece una sepultura digna. Un museo no es lugar para pasar la eternidad- Replica el desconocido.
- ¿Está usted loco? ¡No se trata de los restos de un ser humano, sino de un valiosísimo fósil con más de cien mil años de antigüedad! ¡Los neandertales se extinguieron hace 40.000 años!
Ante la desconcertante escena, ilumino al individuo con mi linterna. Descubro un rostro tosco con frente huidiza, cejas salientes y nariz ancha y prominente. Un escalofrío me recorre la espalda. Me mira fijamente y murmura:
- ¿Extinguidos…? Y eso… ¿quién lo ha dicho…?
Autora: Silvia Tagarro Díaz. Alumna de 1º de Bachillerato del I.E.S. Jorge Manrique. Este relato fue ganador del primer premio del Concurso de Relato Corto organizado por el Departamento de Biología y Geología, en junio de 2020, con la temática Ciencia Ficción o Policiaco. Las palabras que debía incluir el relato fueron: célula, ADN, homo y hábitat.
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(miércoles 2 de diciembre de 2020)
Parece como si hiciera apenas un momento se hubiera balanceado y una mirada la hubiese inmovilizado. La hoja o la mondadura del redondel plateado está suspendida sobre la chepa de Ubocze, del mismo modo que se suspende la mitad de una tijera de esquilar sobre el lomo de un borrego, o un anzuelo ante la boca de un gran pez. Es la primera noche del primer cuarto, en octubre, cuando la luna dispone de apenas una hora sobre el cielo. Después desaparece engullida por la tierra, allá, cerca de Grybów, y el hombre se queda solo en la oscuridad.
No se divisa ni la propia mano, ni la gente alrededor, no se ven las cosas que suele formar la existencia, ni siquiera se ve cómo el aire se filtra entre los dedos. Para creer en la propia vida es necesario tocarse o huir hacia la memoria. Sin el mundo, sin la variedad de sus formas alrededor, el hombre no es más que un espejo que no refleja nada. De día esto no se ve porque la luz es más ligera y está más diluida que el aire. Se introduce en cada resquicio, señala todas las formas susceptibles de ser vistas y a veces también las invisibles. Ahora es otra cosa. La sustancia primaria de la penumbra entra en las venas y circula como la sangre.
Un perro ladra en algún lugar. La gente alarga el día en sus casas con la ayuda de los televisores y las lámparas. Quieren ver sus vidas, sus objetos, todo lo que habían acumulado entre las cuatro paredes desde el comienzo del mundo, desde que encendieron el primer fuego. Pero la noche sigue llegando. Desde lo alto, las ciudades y los pueblos parecen rescoldos de hogueras.
Al principio fue la oscuridad, y ahora, a las seis y cuarto de una tarde de 1996, permanece el tiempo más antiguo. Tengo en el bolsillo cigarrillos Marlboro y otras cosas que suele llevar la gente a finales del siglo xx. Pero, si no fuera por las jugarretas de la memoria, no sería más que un trozo de una materia apenas animada, sumido en la penumbra ancestral. No puede descartarse que el cuerpo sea una variedad cálida y espesa de la oscuridad y que, en tales momentos, la noche se apodere de él como de algo suyo. La negrura se extiende hasta el infinito. Nada importante me viene a la cabeza. Así debe sentirse una gota cuando se diluye en el agua.
Los restos de la claridad se apagan sobre Ubocze sin un susurro, y la montaña desaparece en la hondura azul marino. La comarca de Ropa recuerda la leyenda de aquel mundo sumergido en el cual la gente debe emitir su propia luz para ver cualquier cosa.
La oscuridad y el tiempo, sustancias ligeras, invisibles, que desvelan la fragilidad humana. La razón no es más que la llama de una cerilla al viento. El alma se abraza al cuerpo por miedo a la oscuridad mientras el cuerpo confirma su existencia palpando su propia piel. Y así, pues, perdura finalmente el más simple de los sentidos gracias al cual una lombriz se mueve en la tierra y nosotros podemos distinguir lo vivo de lo muerto, y poco más.
Autor: Andrzej Stasiuk. Relato extraído de su obra El mundo detrás de Dukla, Narrativa del Acantilado 55, Quaderns Crema S.A., Barcelona 2003.
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