(martes 28 de febrero de 2023)
El profesor acaba de llegar y ha dejado su carpeta y el libro de la asignatura sobre la mesa. Se ha dado la vuelta y, ahora, contempla su clase. Él mira a los alumnos, sin embargo, ninguno de ellos le devuelve la mirada. Tiene la impresión de estar en un plano de la realidad diferente, alejada. Más o menos como siempre, o como si no estuviera en ningún plano, ni siquiera en el de una realidad inventada. Es posible que, el hecho de ser profesor de Filosofía, provoque esos pensamientos.
Unos miran sus móviles, otros conversan en corrillos animados. Otro, a quien no reconoce, está echado sobre la mesa, con la cabeza entre ambos brazos entrelazados. “Mira, este debe ser Sísifo. Eso o alguien que ha pasado muy mala noche...”, se dice el profesor, y con una sonrisa que no se ve porque aún todos llevan mascarilla. Entonces, el profesor observa a la compañera del alumno dormido, Adela, una de las que mejores notas saca. Adela mira por la ventana. “¿Ni siquiera Adela se ha dado cuenta que estoy aquí?”, se pregunta el profesor en voz alta. Nadie le responde.
Por fin, el profesor bate sus palmas. Lo hace lentamente, de menos a más, hasta que por fin, el sonido es lo suficientemente fuerte como para conseguir atraer la atención de la clase, excepto del durmiente, que continúa en la misma posición: tirado sobre la mesa.
-Que alguien despierte a Sísifo -dice el profesor.
-¿A quién? -preguntan algunos.
-A nuestro bello durmiente, debe haber pasado la noche en vela, como Sísifo. ¿Nunca habéis oído hablar de ese mito? -pregunta el profesor, señalando el lugar donde se encuentra Martín.
-¡Es Martín, profe! -exclama Mario, que se sienta detrás de él.
-¡Despierta Sisisifó! -le grita.
Martín, por fin, despierta. Levanta la cabeza. Le cuesta abrir los ojos del todo. No sabe dónde está, si sigue en el sueño, si esa escena es real.
-A ver, Mario. No, no es Sisisifó. Es Sísifo.
-Da igual, ¡a partir de hoy a Martín le llamaremos Sísisifó. Toda la clase ríe a carcajadas.
-Bien, comencemos la clase. Ya está bien -dice el profesor, girándose hacia el ordenador y mirando la pantalla táctil de clase. En ese momento piensa si será verdad que acaba de ponerle sin querer un mote a un alumno. De forma circunstancial, casual... Probablemente, en cinco minutos lo tendrán olvidado..., se dice.
En cualquier caso, sacar el tema de Sísifo no era algo que se le hubiera ocurrido al profesor así porque sí. Era el tema que tratarían hoy en clase: Los mitos. En realidad, un tema complicado. El profesor tenía la clase preparada, un buen montón de datos, nombres, historias imposibles de poderosos dioses y hombres mortales que viven una vida azarosa y llena de giros dramáticos. Pero cuando iba a comenzar a contar esos mitos reparó que, quizá, esa no era la mejor idea. Al menos, no de esa forma. Lo ideal sería hacer que los estudiantes participaran, incluso Martín, a ver si despertaba de una vez... Así es que, tras enumerar las enrevesadas historias que contenían los mitos elegidos, para tener una visión amplia de lo que los griegos quisieron contar y dejar para la Historia, el profesor tuvo una idea.
-A ver, chicos, para la semana que viene quiero que escojáis uno de los mitos de los que hemos hablado en clase y lo trasladéis a vuestra vida diaria, a lo que nos rodea, a las noticias de la actualidad, a lo que queráis, pero que relacionéis el mito con el presente. ¿Sería posible que lo que escribieron los griegos hace tanto y tanto tiempo se podría escribir a día de hoy? Voy más allá: No os limitéis a los mitos griegos, pues como hemos visto los mitos han surgido en muchos pueblos, siempre para dar una respuesta a cuestiones que les resultaban inexplicables. Como a nosotros... - concluyó el profesor, dando por terminada la clase.
*****
-¡Vamos Sisisifó! ¿Te has despertado ya? -dice Mario, agitando los hombros de Martín. Los que están alrededor ríen a carcajadas, otra vez.
Parece que el mote se va a quedar junto a Martín. ¿Por cuánto tiempo? Eso no lo sabe nadie, ni siquiera Zeus, o los otros dioses de los mitos.
*****
-¿Adela? -pregunta Martín, cuando el jaleo desaparece-. ¿Entonces qué es lo que hay que hacer?
Adela mira de lado a Martín.
-¿En serio no te has enterado? ¿Sigues dormido?
*****
Cuando Martín, gracias a Adela, sabe lo que tiene que hacer, suspira. “Vaya rollo”, piensa. “Bueno, esto es para la semana que viene”, se dice... Y así llega el día de antes de la semana que viene. En el classroom está la tarea por hacer. Adela se lo explicó bien. Si de algo le sirvió a Martín que, de vez en cuando, le llamaran Sisisifó es que se interesó por el tema. Buscó por Internet y vio que hasta un tal Albert Camus, un filósofo muy importante, escribió sobre el tema. Aunque le pareció bastante complejo de entender. Solo pudo resumirlo todo en que estamos atrapados, de una forma u otra, como Sísifo, y que vivimos en un absurdo que al final parece ser lo normal, luego tampoco es tan absurdo. “Vaya lío”, piensa Martín.
Así es que, siguiendo la tarea comenzó por el principio. ¿A quién tenía a su alrededor? ¿A quién podía preguntar para saber si los mitos tenían sentido hoy? A Clarita, su hermana. Esa sería la primera. Se acercó hasta su cuarto. Clarita estaba pintando, sentada en su silla frente a la mesa.
-No me molestes, estoy muy ocupada -dice Clarita.
-A ver Clarita, Clara -dice Martín-. ¿Tú crees que nuestra vida tiene sentido? Que lo que hacemos todos los días tiene algún sentido? ¿Ir a cole todos los días? ¿Levantarse, lavarse, desayunar...?
Clarita sigue dibujando sobre el papel. La verdad es que el hermano, Martín, no sabe muy bien qué es lo que dibuja, pero está gastando todas las ceras de todos los colores.
-Pues mira, Martín. ¿Te gusta mi dibujo?
Martín piensa. Observa el dibujo y responde con la cabeza. Sí, dice sin decirlo.
Después, Martín va a buscar a su madre. Está sentada, frente al televisor. Hace poco que ha llegado a casa, del trabajo. Se ha colocado una mantita sobre las piernas y el gato se ha subido. Martín piensa que todo eso que ve parece tener un sentido.
-Mamá -dice-. Y le explica la tarea. El mito, el de Sísifo que ha elegido él. Eso de estar condenado a hacer algo inútil, todos los días, sin fin...
El mito de Sisifo. (Imagen de Public Domain Vectors)
-La madre le mira y le dice que, sin duda, ella hace demasiadas cosas que no quiere hacer, que las hace todos los días. Por ejemplo, estar detrás de él para que recoja la habitación, para que estudie, para que no pierda el tiempo...
Martín lo entiende a la primera. Escucha cómo las llaves de la puerta suenan. Un sonido que le suena a salvación. Es su padre, que llega a casa del trabajo. Martín piensa que con su madre lo tiene todo dicho y va hacia la puerta de entrada. Espera al padre, que gira sobre sus pasos para cerrar la puerta.
-Papá. ¿Te puedo hacer una pregunta? Es una tarea del Insti...
-Claro -dice el padre-, pero déjame llegar a casa... Martín sigue al padre hasta la habitación.
-Espera, antes de que te cambies. Te pregunto: ¿Sabes quién es Sísifo?
-Sí, claro el personaje del mito. El de la piedra. Condenado eternamente a hacer algo inútil.
-¡Exacto! -exclama Martín-.
-¿Crees que esa historia se podría comparar con hoy, con lo que nos pasa a todos?
El padre le muestra el maletín. Esta es mi piedra, Martín. La llevo todos los días, a la oficina. Pero, ¿sabes? Mi trabajo me gusta y me dan un sueldo. Y tengo fines de semana y días libres en verano. Y os veo crecer, a ti y a Clarita. Y puedo compraros ropa, alimento, y algún capricho... Así es que la piedra... Al final compensa.
Martín mira a su padre con asombro. Al final la tarea del Insti le está gustando.
*****
-¡Vamos Sisisifó, que tú puedes! -grita Mario.
El profesor frunce el ceño y arruga los labios, solo que esto último nadie lo ve, la mascarilla lo oculta.
Martín se levanta con un papel en la mano. Se acerca hasta la mesa del profesor y mira a todos. Les cuenta que ha elegido el mito de Sísifo. Todos ríen. Les cuenta lo que ha observado en su familia, en su hermana, que es pequeña y no entiende eso del absurdo. De su madre que, sí, vive esclava porque él no hace lo que le dice; y lo de su padre, que sí, que en cierta forma es esclavo, pero que incluso siéndolo, encuentra ventajas. También añade que en el caso de Sísifo, pocas ventajas hubiera podido encontrar porque era esclavo sin ninguna recompensa. Y, tras decir todo esto, dice:
-Y, sí, me podéis llamar Sisisifó. Estoy de acuerdo. Porque yo soy Sisisifó, pero vosotros también.
Autora: Aitana Bermejo Martos, alumna de 2º de Bachillerato del curso 2021/22 del I.E.S. Jorge Manrique. Fue galardonada con el accésit en el Concurso Literario 2021-22 (en la categoría de Bachillerato), organizado por el Departamento de Lengua y Literatura.
Si quieres dejar un comentario, sugerencia o aportación relacionada con este artículo, te invitamos a que lo hagas a continuación.
(viernes 17 de febrero de 2023)
Allá donde yacen los cuerpos más célebres, allí estará el mío. Allá donde danzan las mentes más pecadoras, allá estará la mía. Allá donde se exhiban los rostros más hermosos, allí sonreirá el mío… Sin embargo, mi alma, la faceta más oscura de un hombre como yo, permanecerá en un ser tan refulgente como lo es una blanca flor de narciso adyacente a un río, meciéndose al son de la brisa.
Bajo la luz de la vida, yo era bello cual un beso de Afrodita: mi cabello era café, cejas pobladas perfectas coronaban mi faz, poseía una mirada penetrante que cortaba limpiamente los reflejos del alma, trajes impolutos cubrían mi cuerpo todos los días y, para colmo, no era ni más ni menos que el escritor más egregio de Francia, Jonquille Moreau. Estaba, sencillamente, bendecido por las más bellas deidades; hermoso, sin esfuerzo, para cualquiera que posara su mirada en mí. Mas solo supe de mi infinita belleza natural al morir, por desgracia; pues, durante la vida, debía cumplir una promesa familiar de un peso titánico: no mirarme al espejo.
Eco y Narciso (Nicolas Poussin, (ca. 1629-1630) Museo del Louvre, París). (Imagen con licencia Wikimedia Commons)
Desde muy joven, tanto niñas, niños, mujeres y hombres me han amado con una pasión intensa como un flechazo de Cupido. Mis mayordomos adoraban estudiar el diligente baile de mis dedos sobre el teclado del ordenador, escribiendo relatos de amor idílico, como de costumbre, y las limpiadoras veneraban mi expresión concentrada y mi labio inferior mordido, o tarareando una melodía de Lana Del Rey, quizás. Yo me limitaba a sonreír para mis adentros, observando de reojo, ameno, la imagen. No obstante, había una mujer perteneciente al personal de limpiadoras en la que no podía evitar reparar: siempre que cruzábamos miradas, ella la sostenía cuando yo apartaba la vista, algo que ninguna mujer había sido capaz de hacer al posar mis ojos en ellas. Me divertía cruzarme de vez en cuando con ella e investigar acerca de su identidad: se denominaba Écho, Écho Vasileiou. Ojos avellana, pelo infestado de vulgares tirabuzones de un matiz rubio sucio, labios finos, algo alta. Bajo mi parecer, no era bella, o mejor dicho, no alcanzaba para nada mi hermosura. No merecía mi atención… ¿O eso pensaba?
Al cabo de unos meses, nuestros cruces en los pasillos acrecentaron, casi como si ella me buscara. Esto me molestaba. La incomodidad que me causaba la constante sospecha de que aquella limpiadora me siguiera la pista me condujo a prestar algo más de atención en su presencia, tratando de exponer a Écho rehaciendo mis pasos detrás de mí.
Comencé a llevar auriculares cada vez que deambulaba por los extensos pasillos de la mansión, cantando susurrando, como si escuchara música a través de los cascos, mas, por supuesto, estaban apagados. La necia joven, al primer día de probar mi método, se permitió el lujo de andar de una manera descaradamente ruidosa detrás de mí, a la distancia. Me causaba semejante rechazo y pena que, de súbito, giré sobre mis talones deshaciéndome de los auriculares a su vez, anhelando ver su expresión de oprobio. Ella quedó petrificada: al otro lado del pasillo, aprecié sus uñas hundirse en la piel de sus palmas, su pecho bajar y subir cada vez con más velocidad al son de su respiración agitada, sus rodillas tambalear. Fruncí el ceño.
- ¿Y bien? ¿No vas a decir nada?- rugí, obteniendo una mirada sobresaltada por su parte-- Ya sé que me persigues, por dios.
Mis palabras hicieron eco en el silencio. Atisbé un destello en sus ojos, precedido por lágrimas que por sus mejillas resbalaban cual la más pura lluvia. Con un suave gesto, sacó de sus bolsillos un lindo papel plegado, como si lo tuviese preparado desde hace siglos, y paulatinamente lo desdobló, extendió el brazo y exhibió su contenido con una mueca de apocamiento. En bella caligrafía cursiva y en tinta roja como la rosa más joven de un jardín, estaba escrito: «Jonquille, te quiero”. Su cuello se tensó.
Sonreí. Honestamente, no era novedad una confesión de amor hacia mí. ¿Qué le hacía pensar que ella era dispar? No pude evitar romper a reír a carcajadas. Era divertido.
- ¡Qué tonta! - voceé-. Otra vez eco.
Realmente, Écho era patética por completo, tanto que casi me provocaba angustia. Seguí carcajeándome, escuchando sus sollozos a la distancia. No tardó en marcharse corriendo. Proseguí con mi día, con la conciencia tan limpia que asustaría hasta al alma más pecadora.
Mis problemas, no obstante, comenzaron a florecer unos meses después de dicho suceso. Todas las mujeres de la casa me preguntaban diariamente la misma cuestión: «¿Ha dormido usted bien, Jonquille?». Desconcertado, asentía con extrañeza, e inquiría por qué decían aquello. Siempre eran las mismas réplicas: «No sé, le veo algo… ¿mustio?», «Bueno… Tal vez, de ese modo, debería prestarte alguna crema antiedad, si usted gusta.», «¡Vaya!, pues tiene usted cara de cadáver, por dios; descanse un rato, todavía es pronto». Aquello me sacaba de quicio, me perturbaba, pues no bastaba con despedir a las mujeres que decían esto, ya que era un hecho que la gente me veía… Viejo. Y si hay una fuerza capaz de arrebatar hasta el más precioso encanto de un ser, aquella fuerza es el tiempo. No podía permitirme marchitar.
El desasosiego y estado de intranquilidad que mi carácter perfeccionista me llevó a sentir me obligó a, rápidamente, pagar una auténtica fortuna para deshacerme de esas marcas de edad que resaltaban las mujeres. Una vez en la clínica, bajo las frías luces que ambientaban la situación, recuerdo la expresión de mezcolanza del enfermero al informarle sobre mis deseos de quitarme aquellos rasgos. Él se obstinaba en que en mi rostro no existían semejantes marcas, mas yo no escuchaba. Necesitaba ser hermoso. Y así, se adentraron en la operación, perdiendo yo la conciencia bajo efectos de la anestesia.
Desperté en cuestión de 1 día, con la faz cubierta de vendajes amarillentos y mi cuerpo en descanso sobre una dura cama blanca. Pasó un mes con tardanza, hasta que finalmente se me permitió ver mi rostro. Deduje que se trataba de una mujer, por la fragancia que se hacía paso hasta mi nariz, la que se encargaba de liberarme del vendaje. Lo hacía con un cuidado tan sedante que no pude evitar cerrar los ojos con deleite mientras llevaba a cabo la acción como una madre amorosa. La mujer tocó suavemente mi hombro dos veces, gesto que me hizo saber que podía abrir los ojos.
Me entumeció de semejante modo lo que vi que sentí mi corazón volcar. Un espejo justo frente a mi rostro.
Mas, curiosamente, no fue el hecho de que supiera que había roto la mayor promesa de mi núcleo familiar: fue el reflejo que vi en la superficie del espejo lo que me condenó y me volvió completamente demente: mis facciones, que se dejaban adivinar a pesar de los pliegues de piel cosidos, habían sido sin duda bellas, mas ahora estaban cubiertas de piel amoratada. Mi mirada, perspicaz y profunda, se hallaba oculta a causa de unos párpados hinchados y pieles de sospechoso aspecto en las ojeras. No era capaz siquiera de derramar una lágrima. Todo atisbo de encanto había sido crudamente derrochado.
Miré a la derecha para ver a una joven alta, rubia y de cabello rizado abandonar la habitación. Écho… Había logrado vengarse.
Miré hacia la izquierda. Una ventana con verdes cortinas cubriéndola… Y una mesa con artilugios clínicos. Un bisturí fulgente como diamante atrajo mi atención.
Extendí el brazo, temblando, y lo tomé, reuniendo toda la fuerza posible para sostenerlo. Lo giré entre mis dedos con curiosidad y dirigí una rauda mirada a mi brazo.
Suspiré hondo, sintiendo mi cuello tensarse y el sudor pegando mi cabello a mi frente. Tragué saliva.
Despacio, conduje el bisturí verticalmente a través del antebrazo. Sentí la luz atenuarse paulatinamente, apreté los párpados en un patético intento de ahuyentar el malestar e incorporé la cabeza para observar la sangre teñir la cama y el suelo de un rojo hermoso como vino. Entonces, la vi.
Écho, mirándome desde el umbral de la puerta. La pasión, la rabia, la intensidad y la furia que había en sus pupilas mientras admiraba mi muerte lenta era simplemente indescriptible: la misma mirada que yo tenía, el día en que reparé en su presencia. Apreté mis labios formando sonrisa y abracé la muerte negra.
Muero feliz, pues mi vida es patéticamente irracional sin mi hermosura. Muero feliz, pues el corte que me dio muerte fue en el brazo, y no en el pecho. De tal modo, mi corazón seguirá latiendo cual la más hermosa melodía. Mi corazón será el único cuerpo físico que seguirá siendo todo lo bello que yo ya no soy.
Autor: Adrien Rosique Irnán, alumno de 4º de ESO del I.E.S. Jorge Manrique. Fue galardonado con el primer premio en el Concurso Literario 2021-22 (en la categoría 3º y 4º ESO), organizado por el Departamento de Lengua y Literatura.
Si quieres dejar un comentario, sugerencia o aportación relacionada con este artículo, te invitamos a que lo hagas a continuación.
(martes 14 de febrero de 2023)
Helios e Ícaro. Eran inseparables. Siempre se les veía juntos. Siempre se traían algo entre manos. Era verles la cara y ya se sabía que algo iba a ocurrir. Eso sí, si no estabas del lado de los que reciben la broma, llegaban a ser bastante entretenidos. Su talento no residía en gastar bromas, sino en salir siempre impunes. Nadie se explicaba como no habían sido castigados nunca.
Helios. Imagen con licencia Wikimedia Commons.
Sí, habían sido ellos los que habían empapelado una clase entera de papel de regalo. Sí, habían sido ellos quienes habían colado pimienta en la ventilación, causando que se cancelase el instituto por un día entero ya que era imposible dar clase entre tanto estornudo. Sus bromas eran legendarias y conocidas por toda la ciudad, y, a pesar de que todo el mundo sabía que habían sido ellos, nunca conseguían las pruebas suficientes para incriminarlos.
Ícaro (Maso da San Friano, caduta di icaro, 1570-73). Imagen con licencia Wikemedia Commons.
- Dios, que calor hace…- Suspiró Ícaro. El final del curso se acercaba, y con ello el calor. - ¿En qué estás pensando?
- …-
- ¿Helios? - Ícaro se empezó a incorporarse del sofá en el que estaba estratégicamente colocado para que le diese el aire del destartalado ventilador que tenía. A Helios no le importaba no disfrutar también de la máquina, nunca parecía afectarle el calor del sol. - ¿Qué se te ha ocurrido?
- El fin de curso está cercano… Y este año es nuestro último aquí…- Sus ojos se iluminaron de un brillo especial, aquel brillo que Ícaro había llegado a conocer tan bien. – Tenemos que hacer algo grande, algo que se quede en la historia de este instituto.
Estuvieron semanas planeando cada pequeño detalle. Esta iba a ser su grandiosa despedida, tenía que ser recordada por siempre. Además, estaba el hecho de que después de esto, no podrían planear más bromas, ya que sus caminos se separarían. Ícaro intentaba no pensar demasiado en ello. Nunca lo habría admitido a nadie, pero sentía hacia Helios un cariño especial. Estaba dispuesto a seguirle hasta el fin del mundo.
- ¿Por qué me estás mirando así?
- …
- ¿Qué? Venga, Dédalo, dime que pasa.
- Ícaro… Sé que te gusta Helios, pero ten cuidado.
- ¡¿Qué?! ¿De dónde te has sacado eso?
- Pues del hecho de que es verdad. Mira, puedes negármelo todo lo que quieras, pero déjame hablar primero.
- …
- Gracias. Bueno, como decía. Sé que crees que si le sigues a todas partes y siempre le ayudas en sus bromas el te querrá, pero, Ícaro, esto no funciona así. Si te quiere, te quiere. Si no, no.
- ¿Qué sabrás tú?
- Bueno, bueno, tranquilo. Mi punto es que no te acerques demasiado, o podrías salir herido.
Llegó el día. Tenía que salir bien. Iba a salir bien. Habían pasado demasiado tiempo (y dinero y contactos) en esto como para que no funcionase. Todo empezó con la música.
La banda al completo comenzó a tocar “Never gonna give you up” en el pasillo a máximo volumen. Cuando llevaban ya unos minutos, la gente empezó a salir al pasillo a ver que ocurría. Cuando terminaron, empezaron a llegar las vacas. El pasillo se llenó de vacas (todas mansas, querían gastar una broma, no matar a alguien). Llevó horas desalojar a todas. El instituto era caos y no hubo más clases ese día. Aún así, todo el mundo se quedó para ver como terminaba esto. Cuando los profesores consiguieron desalojar a las vacas, se dieron cuenta. Era una distracción.
La sala de profesores entera estaba llena de gallinas. No había ni un solo espacio libre. Cómo habían conseguido llevar a tantas gallinas hasta el segundo piso siempre será uno de los 7 Misterios de ese instituto.
- ¡Lo conseguimos! ¡Ha funcionado de verdad!
- Sí, todo ha ido acorde al plan - comentó Helios. Tenía una sonrisa deslumbrante, tan fuerte como la luz del Sol.
Dudó un momento antes de abrazar fuertemente a Ícaro. La cara de Ícaro parecía un tomate. A lo mejor fue la euforia del momento lo que le hizo actuar. Empezó a besar a Helios, y él se lo devolvió un poco antes de echarse un poco hacia atrás.
- … - Lo que Ícaro más había temido. Ese silencio por el que había tenido pesadillas. Salió corriendo antes de que Helios pudiese decir palabra.
La habitación de Ícaro estaba cerrada a cal y canto. No quería que nadie entrase mientras estuviese llorando. Dédalo tenía razón. No debería haberse acercado a Helios, al final tan solo le había causado dolor. Y había perdido no tan solo al chico que le había gustado por años, sino también a su mejor amigo y ahora. Un suave toque en la puerta le sacó de sus pensamientos.
- ¡Dejadme en paz, no pienso abrir!
- ¿Ni siquiera a mí? - Ícaro se quedó paralizado. Era Helios. Decidió no contestar, a ver si se iba.
- Ícaro… Bueno, si no me abres, te lo digo a través de la puerta. Mira, no quería apartarme ¿vale? Yo… a mí también me gustas -. La voz de Helios se mantuvo igual de fuerte durante todo el raro que habló. Ícaro pensó que había escuchado las últimas palabras mal.
Abrió la puerta y allí estaba Helios, de pie y con esa postura desafiante que tenía siempre.
- … - Ícaro se había quedado sin palabras.
- Sé lo que me vas a decir, y antes de que me eches en cara que me haya apartado, puedo explicarlo. Yo tenía miedo - Ícaro nunca pensó que llegaría a escuchar esas palabras salir de la boca de Helios – Cada uno se va a una universidad en la otra punta del país, y me daba miedo que lo nuestro saliese mal. Me daba miedo perderte y perder nuestra amistad. Pero me he dado cuenta de que mi amor por ti es más grande que mi miedo. Y hay algunas cosas por las que vale tomar el riesgo.
Ícaro seguía callado y Helios se empezó a poner nervioso. Estaba a punto de salir corriendo cuando Ícaro le dio un apasionado beso.
Autora: Celia Arozamena, alumna de 1º de Bachillerato del I.E.S. Jorge Manrique. Fue galardonada con el accésit en el Concurso Literario 2021-22 (en la categoría 3º y 4º ESO), organizado por el Departamento de Lengua y Literatura.
Si quieres dejar un comentario, sugerencia o aportación relacionada con este artículo, te invitamos a que lo hagas a continuación.
(miércoles 1 de febrero de 2023)
Mientras el sol se alejaba del Olimpo y su luz se iba extinguiendo, se escuchaban las quejas de los jóvenes dioses provenientes de una lejana sala. Allí estos adolescentes estaban tumbados en alfombras o sentados en los sofás que formaban la sala, rodeando el fuego para conseguir calentarse. Dejando pasar el tiempo de otra fría tarde de invierno buscando con qué divertirse.
Hermes estaba cambiando los canales con desgana sin que nada le llamase la atención y Hestia le estaba observando con una cara de pocos amigos viendo que todo lo que la interesaba, Hermes lo quitaba.
- Puedes parar y darme el mando - dijo Hestia enfurecida.
- Lo siento - dijo Hermes - no quería molestarte. Pero si tienes alguna idea mejor de que hacer, es bienvenida.
- ¿Por qué gritáis? - preguntó Zeus desde la habitación contigua
Zeus se asomó de la mano de Hera para ver que estaban haciendo y se encontró que estaban todos desanimados y aburridos sin hacer nada, así que propuso jugar a un juego que había visto en el Internet de los humanos.
-Reto o verdad… tiene una buena valoración en YouTube, ¿por qué no lo probamos?
Todos estuvieron de acuerdo con la idea, así que se sentaron formando un círculo como tantos otros adolescentes suelen hacer. Ya no parecían poderosos dioses, tan solo un grupo de jóvenes deseando buscar entretenimiento con los reyes del Olimpo: Zeus y Hera.
- Señor Zeus empiece usted, qué elige, ¿reto o verdad? - preguntó Deméter educadamente para dar comienzo al juego.
Imagen de Amazon.es.
- Vale Deméter, pero no hay por qué tratarme con tanta educación - dijo Zeus con cariño - voy a elegir reto.
- Tengo una idea, a que no te atreves a mandar la tormenta más grande del siglo, el país es de tu elección - dijo Poseidón con una sonrisa maligna entre sus labios – Así dejarán de ensuciar mis aguas.
- Pero que sea un lugar donde los veranos sean cálidos y los inviernos no extremadamente fríos - exclamó Afrodita.
Así hizo Zeus, creo la nevada más fuerte vista en años, a la que los humanos llamaron Filomena. La mandó con las condiciones de Afrodita, a España. Sufrieron muchos daños materiales como coches aplastados a causa de árboles partidos por la nieve. Mucha gente no pudo volver a sus casas esa noche y disfrutar de su hogar y de su familia bajo una manta. Pese a esto, todos los madrileños unieron fuerzas compartiendo las pocas palas que había y la comida que sobraba.
Imagen de Yahoo.news.
- Me toca a mí, yo también quiero reto. - dijo Hades.
Vale, te lo digo yo, ¡ya sé! Crea una pandemia mundial, que dure años. Que la gente que no se lo merezca muera. Los humanos me tienen como el malo de la película y ahora les voy a enseñar cómo de malo puedo ser. - dijo Ares.
Imagen de la Comunidad de Madrid.
Al pie de la letra lo siguió, los humanos lo bautizaron como “Coronavirus”. Todos los humanos se quedaron en casa por miedo. Esta sensación se quedó con ellos al menos los primeros 2 años, luego la gente empezó a relajarse, los niños les enseñaron que eran los que más se preocupaban y sabían lo que hacer. Se descubrió la vacuna y las mascarillas vinieron para quedarse. Pero todos hicieron lo posible para protegerse los unos a los otros.
- Yo quiero verdad, creo que los humanos no se merecen esto. - dijo Hera con ternura.
- Vale, pero tú te lo pierdes cariño - dijo Zeus- yo te preguntaré ¿me has sido siempre fiel?
Las mejillas de Hera empezaron a sonrojarse, no sabía muy bien qué responder así que buscó las palabras adecuadas para no herir a su marido.
- ¿Te acuerdas cuando solías tener numerosas aventuras a mis espaldas?, yo me aburría así que pensé que también tenía derecho a tener las mías. No por ser mujer tengo menos derechos que los hombres.
- Entiendo…por eso cambié - dijo Zeus pensativo- vale, siguiente.
- Yo quiero reto - dijo Ares impaciente.
- Los hombres fueron malos, dejaron de rendirme culto - dijo Atenea - se merecen una guerra. Además, usaron mi sabiduría para crear armas destructivas, para usarlas entre ellos.
- Pero ¿dónde la creo? - preguntó Ares.
- Usa a ese Putin, no tiene piedad, hará cualquier cosa por conseguir lo que quiere.
Así lo hizo, fue contra Ucrania. Putin usó sus armas para bombardear Mariúpol y Kiev. Toda Europa intentó ayudar a Ucrania, les dieron armas, donaron comida y dinero, acogieron a todos los refugiados ucranianos, les prestaron toda la ayuda posible… Y nunca perdieron la esperanza.
Imagen de Médicos Sin Fronteras (Autor: © Evgeniy Maloletka/AP Photo)
- Deméter, te toca a ti - dijo Hermes.
- Vale elijo verdad.
- Yo quiero saber por qué se están secando las plantas y está ocurriendo lo que los hombres llaman el calentamiento global - dijo Hestia.
- Lo estoy haciendo yo. Lo hago porque les di la agricultura y ellos la desprecian, tratándola como si no tuviera valor alguno. A ver si dándose cuenta de que la están perdiendo poco a poco, la empiezan a apreciar- dijo Deméter enfurecida.
Imagen con licencia Public Domain Pictures.
- Espero que se den cuenta pronto…- dijo Afrodita.
- No sé si tienen remedio. Nos vamos a hacer la cena, cuando terminemos de preparar la cena venís todos - dijeron Zeus y Hera.
- Vale me toca a mí- dijo Hefesto.
- Yo sé, yo sé - dijo Artemisa- que entre en erupción un volcán en las Islas Canarias y que la gente pierda sus casas. Ellos me hicieron daño, yo les enseñé a cazar y ellos arrasaron con todos los animales.
Imagen con licencia Wikimedia Commons.
Al pie de la letra lo siguió Hefesto, el volcán de cumbre vieja entró en erupción. Mucha gente perdió su hogar y tuvieron que irse a casas de familiares o fuera de la isla. La gente les ayudó, les donó comida, ofrecieron casas y otros niños invitaron a los que se habían quedado sin colegio a los suyos.
- Venga, a cenar- dijo Zeus.
Se sentaron todos alrededor de la mesa y empezaron a reflexionar de lo que habían hecho y se dieron cuenta de toda la maldad que habían causado.
- Se lo merecían todos, así que no os culpéis - dijo Zeus.
- ¡Pero les mandé una guerra! - exclamó Ares.
- ¡Y yo una pandemia! - dijo Hades.
- ¿Y no te distes cuenta de cómo se ayudaban los unos a los otros? Eran generosos y siempre acababan perdonándose - dijo Hestia. – Tenemos mucho que aprender de ellos.
Todos asintieron con pesar.
- Ya entiendo por qué se han olvidado de nosotros - concluyó Artemisa.
Autora: Cristina de las Heras Ramírez, alumna de 3º de ESO del I.E.S. Jorge Manrique. Fue galardonada con el primer premio en el Concurso Literario 2021-22 (en la categoría 1º y 2º ESO), organizado por el Departamento de Lengua y Literatura.
Si quieres dejar un comentario, sugerencia o aportación relacionada con este artículo, te invitamos a que lo hagas a continuación.