(jueves 30 de abril de 2020)
Mi madre me despertó porque me tocaba hacer guardia. Era un día precioso. Me quedé un buen rato observando el brillo que desprendía la naturaleza después de una larga noche de tormenta. Mientras mi madre buscaba el desayuno, mi padre y mi hermana Luisa dormían. Un ruido me sorprendió a mis espaldas y me giré bruscamente. Era mi hermano mayor Sebastián, que como siempre se había ido a “no sé dónde” a hacer “no sé qué”. Nunca nos cuenta nada y parece que no le gusta pasar el tiempo con la familia.
Después del desayuno nos fuimos a las clases de caza que nos daban papá y mamá. Ese día tocaba examen, por lo que mis padres observaban en lo alto de una roca, cómo mis hermanos y yo nos organizábamos para emprender un ataque hacia un tapir que se situaba en un pantano buscando comida. Decidimos esperar a que el animal estuviera fuera del agua para así rodearle. Nos colocamos en nuestras posiciones y, poco a poco, nos fuimos acercando hacia el animal con sigilo. Cuando llegó el momento en el que el tapir estaba fuera, nuestros ojos de jaguar se miraron rápidamente en modo de señal, flexionamos nuestras patas, alargamos los cuellos dispuestos a saltar, cuando un estrepitoso ruido recorrió mi cuerpo y me desconcentró. Cuando conseguí recuperar mis sentidos, el tapir se encontraba derrumbado junto al pantano y mi sensor del peligro se encendió de manera alarmante. Salimos corriendo hacia el bosque y no paramos hasta que dejamos de notar y escuchar aquel ruido repetido detrás de nosotros. Era algo que nunca antes habíamos presenciado y el pensar que por fin había finalizado nos dio oportunidad de respirar. Nuestros padres corrieron hacía donde estábamos. Sus miradas estaban atónitas y llenas de preocupación. Nos explicaron que aquel sonido era un arma que utilizaban los humanos para la caza. Al parecer Sebastián ya sabía eso porque en los momentos en los que desaparecía observaba a lo lejos el pueblo humano, y ya les había visto muchas veces utilizar eso contra su propia especie.
Desde ese día, nada volvió a la normalidad. A Sebastián se le prohibió desaparecer sin motivo. Por las noches siempre había alguien haciendo guardia. Mi madre nos dejó de contar historias sobre nuestro abuelo Marco Antonio, jaguar al que admiraba muchísimo y al que ansiaba conocer. Y tal y como mi madre decía, vivía en un lugar maravilloso al que todos podríamos ir algún día. Por las mañanas, alguien se tenía que encargar de vigilar si los humanos volvían a aparecer. La comida fue poco a poco disminuyendo. La tierra no se encontraba igual desde hacía unos días. Después de la hora de almorzar, se agitaba como si ella hubiese perdido el control y el cielo comenzó a llenarse de nubes grisáceas que tapaban los cálidos rayos del Sol.
Yo, al ser la más pequeña, preferían que no hiciera el turno de vigilancia de día, por lo que me solía tocar hacer los turnos de noche. Como siempre tuve curiosidad por saber cuál era el lugar al que mi hermano huía, antes de que nos lo contara, le estuve vigilando muy de cerca. Tanto, que creía saber el camino que realizaba. Una noche en el que todo estaba muy tranquilo me volvió a picar la curiosidad y, como si me hubiese retado a mí misma, sin pensarlo dos veces, me adentré en el bosque proyectando en mi mente la imagen que había visto tantas veces de Sebastián. Estaba tan concentrada que en ningún momento me volví hacia atrás. Tenía la guardia bajada. Sólo estaba pendiente del sonido de mi respiración y la sensación de mis garras rozando los árboles para dejar una marca por si no sabía volver. Más adelante empecé a escuchar la voz de mi madre cuando nos contaba las historias del abuelo y la frase “vive en un lugar maravilloso al que todos podremos ir algún día”. Me dejó paralizada. Se me entrecortó la respiración y empecé a ser consciente de lo que estaba haciendo. Para colmo, el temblor volvió. A mi alrededor los árboles comenzaron a caer. Corrí. Unas máquinas amarillas arrasaban los árboles que me servirían para volver a casa. El cuerpo me empezó a pesar. Me costaba cada vez más correr, pero la frase “vive en un lugar maravilloso al que todos podremos ir algún día” me hacía perder el ritmo y que mis patas perdieran la coordinación y mi respiración el compás. Me derrumbé y, sin apenas aliento, repetí aquella frase una y otra vez hasta que, de un abrir y cerrar de ojos, mi casa desapareció y mi cuello se encontró encadenado. En el siguiente abrir y cerrar de ojos me encontré frente a un montón de esas criaturas que destrozaron mi hogar, todos con una sonrisa en la cara, mientras miraban como un hombre con un látigo me obligaba a saltar por un aro en llamas.
Autora: Beatriz Delgado, alumna de 4º ESO C. Galardonada con el segundo premio del Concurso Literario 2019-20, modalidad 3º-4º ESO, organizado por el Departamento de Lengua y Literatura.
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(miércoles 29 de abril de 2020)
Profundas heridas sangrantes,
atisban desde el cielo los astros brillantes.
La esfera azul ven que muere,
pues cicatrizar el daño no puede.
Rugen feroces llamas en la lejanía,
mientras el bosque se consume en agonía,
rebeldes crepitan sin descanso,
tiñendo de luto el ocaso.
El viento ha perdido su dulzura,
meciendo plásticos en agria tortura,
arrastra la pena en su silbido,
el aire puro cayó en el olvido.
Se agita el mar embravecido,
¡escucha a su ser enfurecido!
Sus entrañas advierten con su espuma,
que su intenso azul se esfuma.
En silencio los árboles gritan,
y al caer el hacha atroz suplican,
se desliza la savia por su corteza,
mientras su fin se acerca con certeza.
Los gélidos hielos polares,
se van fundiendo con los mares.
La aurora boreal les rinde homenaje,
envuelta en su colorido traje.
Los gorriones confiesan a la hiedra,
que al brotar su canto se quiebra.
El tibio sol, arriba en la altura,
triste se lamenta con amargura,
el dulce trino que escuchaba ayer,
ya no forma parte de su amanecer.
Autora: Silvia Tagarro, alumna de 4º ESO B. Galardonada con el primer premio del Concurso Literario 2019-20, modalidad 3º-4º ESO, organizado por el Departamento de Lengua y Literatura.
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(martes 28 de abril de 2020)
Cuenta la leyenda, que en una selva africana habitaba una pequeña criatura de zorro que se encontraba en peligro de extinción: una bonita especie de zorro azul. Esta se caracterizaba por tener unos colores muy exóticos y muy poco comunes. Este zorro para poder vivir necesitaba, aparte de comer, respirar aire puro y vivir en un entorno libre de todo tipo de contaminación. Al ser un especie tan inusual, este animal era muy codiciado por todo el mundo, pues había un gran número de gente que pagaba enormes cantidades de dinero para poder hacer expediciones y conseguir ver a esta animal tan raro. Cada vez que los humanos iban en busca del zorro, su paso por la selva de África era devastador. Se podían apreciar multitud de envases y botellas de plástico esparcidas por el suelo, desperdicios contaminando los ríos y reservas de agua de dónde bebían los animales, restos de objetos que se utilizan en las acampadas… En definitiva, un panorama desastroso. Los humanos no se daban cuenta de que actuando de esa manera debilitaban a esta especie poniendo en riesgo su existencia en el planeta. Los ecologistas al ver las consecuencias que esto tenía para la supervivencia del zorro saltaron de ira porque veían que la vida de esta especie corría un grave peligro. Entonces decidieron pedir ayuda a la Organización Internacional del Medioambiente, para conseguir que prohibieran este tipo de expediciones que ponían en peligro la vida de los animales de la selva Africana. Los líderes les comunicaron que eso que pedían era imposible, pues estaban en su derecho de explorar y habitar ese espacio natural. Mientras tanto los zorros se iban debilitando cada vez más y más, aumentando el número de muertes. Los ecologistas probaron suerte haciendo una campaña para apoyar el movimiento: “salvar a los zorros”. Al principio todo parecía tener el éxito esperado, pero a medida que el tiempo pasaba la gente se iba mostrando menos colaboradora con la campaña hasta que los ecologistas, al ver que nadie participaba, se dieron por vencidos. Después de un tiempo, un integrante de la Organización tuvo la idea de ir a la propia jungla a concienciar a las personas que iban en busca de poder conocer al tan famoso zorro azul. Los exploradores a pesar de oír lo que contaban los ecologistas, no mostraron ningún interés por detener esa horrible situación, no pararían hasta encontrar lo que tanto deseaban. Tras varios meses de insistente búsqueda, por fin encontraron un ejemplar pero en muy mal estado. Se dieron cuenta de que su comportamiento había perjudicado la existencia de esta especie de zorro. A partir de ese momento, no volvieron a hacer más expediciones para ayudar a mantener a los animales en perfecto estado. Actualmente, los zorros azules se han ido reproduciendo cada vez más y desde esa vez han dejado de estar en peligro de extinción.
Autor: Sergio Lozano Fernández, alumno de 1º ESO D. Ha obtenido accésit en el Concurso Literario 2019-20, modalidad 1º-2º ESO, organizado por el Departamento de Lengua y Literatura.
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(lunes 27 de abril de 2020)
Los padres de Adela iban todos los veranos a la misma ciudad, a la misma playa y al mismo hotel. Todos los veranos les recibía el mismo recepcionista en el hotel, y todos los veranos los llevaba a un despacho en el que les explicaba lo que se podía ver en la ciudad. Pero Adela no se fijaba en nada de eso, ni en el recepcionista, ni en el despacho. Solo esperaba ansiosa a que sus padres se sentaran en el despacho y el recepcionista empezase a hablar. Entonces cogía su objeto favorito, lo que más le gustaba de las vacaciones. Era un pisapapeles transparente: dentro había agua y colorante azul, había también un pez de colorines que, al agitar el pisapapeles, nadaba por el líquido azul. Le encantaba agitarlo y ver como el pez subía y bajaba por ese pequeño mar. Por supuesto también le encantaba el mar, el que no estaba dentro de una bola de cristal, y en el que podía nadar y saltar olas, pero tenía un inconveniente no tenía peces.
Un verano, después de que el recepcionista les contase a sus padres todo lo que podían ver y visitar y estuvieron bien instalados en la habitación (que siempre era la 444), sus padres le dijeron que ese verano iban a visitar un acuario de una ciudad cercana. Adela se puso muy contenta, ¡iba a ver peces!
Pasó la semana entera super emocionada y, cuando por fin el coche de sus padres se paró en el parking, Adela saltó del coche y arrastró a sus padres hasta la entrada. Pasó un día fantástico, vio peces, ballenas, manatíes, tortugas, en fin, cualquier criatura que viva en el agua y puedan llevar a un acuario.
Pasó el tiempo y Adela tuvo un hermano, Erik. Siguieron yendo a la misma ciudad, la misma playa y el mismo hotel. Y, aunque Adela tenía ya 13 años, le seguía fascinando el pisapapeles del despacho. Uno de esos veranos sus padres decidieron volver al acuario. Adela se puso contenta, y decidió hacer que esa visita le gustase tanto a su hermano como a ella años atrás.
Su hermano se lo pasó muy bien, pero ella tenía una sensación extraña, notaba a los peces tristes y aburridos. Leyó los carteles, la gran mayoría de ellos decían: ANIMAL NACIDO EN CAUTIVERIO.
Adela creció y llegó el día en el que debía decidir qué carrera elegir. Después de darle un par de vueltas, se acordó de los animales del acuario y de los documentales que había visto hace poco en la tele. Y decidió que quería dedicarse a salvar animales. Adela se sacó la carrera, y empezó a trabajar en una empresa que vigilaba que las empresas fuesen respetuosas con el medio ambiente. La fueron ascendiendo, pues tenía buenas iniciativas. Ahorró el dinero y la experiencia necesaria y empezó a grabar documentales. Mucha gente la conocía y la admiraba y otra poca la despreciaba y juzgaba. Inició una movida para retirar la isla de plástico del Pacífico y, en eso está.
AYUDA A ADELA Y OTRAS PERSONAS QUE LUCHAN COMO ELLA A SALVAR NUESTRO MUNDO
Autora: Irene Company, alumna de 2º ESO A. Ganadora del segundo premio del Concurso Literario 2019-20, modalidad 1º-2º ESO, organizado por el Departamento de Lengua y Literatura.
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